Elegí esta frase para la puerta de nuestra escuela porque resume un viaje íntimo, un hilo que atraviesa mi vida y mi vocación, un susurro que me recuerda quién soy cada día.
Nací en Benidorm, en un entorno que no siempre fue amable. Mi familia estaba fragmentada, y desde pequeño sentí que mis ganas de crear, de expresarme, no eran comprendidas. Mostrarse artístico se sentía casi prohibido. La infancia y la adolescencia estuvieron marcadas por burlas y críticas: me señalaban por ser distinto, por sentir de manera distinta, por tener una sensibilidad que no encajaba con lo esperado. Cuando decidí seguir lo que mi alma pedía, cuando quise formarme como actor y abrirme camino en Madrid, tampoco conté con apoyos ni facilidades. Trabajé, improvisé, resistí, rodeado de un mundo donde la tentación y la presión eran constantes.
Y, sin embargo, ahí, en medio de esa dificultad, encontré mi refugio y mi luz. Durante los estudios de arte dramático, los momentos que aún hoy me estremecen eran los que surgían de la improvisación, de la escena compartida. Todo se volvía verdadero, vivo, intenso. La energía que brotaba entre compañeros y compañeras me enseñó la fuerza de la verdad en el arte: cómo una emoción auténtica puede transformarse en belleza, y cómo el actor trabaja con esa verdad que nos habita.
La enseñanza llegó casi por casualidad, y con ella la revelación de otro yo: el de quien comparte lo que le ha sanado el alma. En 1998, sustituí a una profesora en el Centro Cultural de la Casa del Reloj. Aquellas dos horas con un grupo variado de adultos me mostraron que incluso un instante puede abrir conciencia, que un alumno puede encontrarse a sí mismo en la magia de la escena. Enseñar era también aprender, mirar el arte reflejado en otros, descubrir su poder sanador una y otra vez.
Hoy comprendo que todo mi camino —actor, filólogo, especialista en rehabilitación de la voz, director de escena— converge en un mismo lugar: el arte como autoconocimiento, el arte como sanación del alma, el arte como manera de aprender a quererse a uno mismo. El teatro y la voz me han salvado la vida, y quiero que lo hagan también para quienes crucen la puerta de nuestra escuela. Por eso elegí estas palabras: “Que el teatro y tu voz te enseñen quién eres de verdad”.